En una peregrinación a Tierra Santa nos invitaron a recorrer el Vía Crucis por las calles de Jerusalén de dos formas diferentes: de madrugada –la ciudad en silencio-, o al medio día –la ciudad en plena ebullición. Elegimos la segunda: comercios abiertos, olor fuerte a especies exóticas, voces de comerciantes que nos ofrecían sus productos y alguna que otra “lindeza”. Este recorrido me hizo recordar y vivir el paso de Cristo por esas mismas calles, añadiendo el balido ensordecedor de corderos que se sacrificaban por esos días en Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Una vivencia que me hizo recordar lo que tuvo que pasar el Señor, haciendo el mismo recorrido que nosotros.
Cuando contemplo en silencio el paso de nuestro Cristo de los Remedios por las calles engalanadas de nuestra ciudad, oigo el murmullo de la gente, veo a niños encaramados sobre las talanqueras, miro en los balcones y descubro a muchas personas con lágrimas en sus ojos desgramando una oración y –a veces esa plegaria hecha canción-, me hace recordar el paso de Cristo por las calles de Jerusalén.
Todas las miradas –hoy como ayer-, convergen al paso de Cristo: unas para amar, otras para odiar y la mayoría indiferentes. Digo mal, porque “el paso de Cristo no deja indiferente a nadie. O se la ama o se le odia”. Aquí, en San Sebastián de los Reyes, en plena ebullición de la fiesta, el amor y la devoción al Santísimo Cristo de los Remedios, se paladea y me hace recordar la oración que decimos los sacerdotes en la incensación sobre las ofrendas: “Que mi oración suba hasta Ti, Señor, como incienso en tu presencia”. Cristo recoge esa oración, esa plegaria, esas miradas y esas lágrimas –que son suyas-, y las presenta a su Padre. ¡Nunca valdrán tanto!
En este AÑO SANTO que estamos celebrando, un tiempo de gracia y salvación, espero que sigáis desgranando ante su imagen todo aquello que lleváis en vuestro corazón: tristezas, alegrías, esperanzas e ilusiones; incluso aquello que más nos puede avergonzar: nuestros propios pecados. Jesucristo –como nos recuerda el Papa Francisco-, es el rostro de la misericordia del Padre y tenemos necesidad de contemplarlo. Siempre será fuente de alegría, de serenidad y de paz. Con ojos de misericordia miremos también a nuestros hermanos y hagamos presente la misericordia de Dios Padre que nos ama, no obstante el límite de nuestro pecado. De esa manera abrimos en el corazón del hombre caminos de esperanza y liberación.
Santiago Pilar Martín
Párroco Iglesia San Sebastián Mártir
Capellán Hermandad del Stmo. Cristo de los Remedios
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